viernes, 31 de octubre de 2014

Incógnita constante


(imagen de la Web)


En diversas ocasiones nos enfrentamos a familias con un número de hijos que, de por si, resulta un contraposición, si se analiza los recursos necesarios y que en dicho caso escasean en forma significativa; y en lógica consecuencia la manutención, desarrollo y prosperidad de los mismos no serán suficientes, aparejando los correspondientes problemas en el futuro cercano, muy posible en el lejano también.

Toda pareja, desea, anhela, sueña con criar sus hijos. Aquí radica la base, el comienzo del grupo familiar. Hijos es la luz que ilumina el camino elegido por aquella unión de una mujer y un hombre.

¿En que forma es posible entender, comprender, el hecho de que no obstante a simple vista cierta familia no posee los elementos físicos y/o económicos indispensables que aseguren la crianza del posible futuro vástago, deciden, pese a todos los obvios obstáculos, traer un nuevo niño al mundo?

Por supuesto es factible comprender la *necesidad natural* de la pareja. No obstante comprensible, sin embargo cabe la pregunta: ¿en que lugar se sitúa la responsabilidad primaria de los futuros padres?

Es notable, que en las últimas décadas, disminuyó en forma considerable el número de hijos por familia, especialmente en los países desarrollados. Aún, en los restantes, las familias mantienen la *costumbre*  de una cantidad elevada de descendientes. Justamente, es en aquellos países, donde los recursos naturales escasean, las provisiones son mínimas, el agua es un producto no siempre al alcance popular, y por consiguiente las enfermedades tienen campo abierto para desarrollarse logrando víctimas, sin ninguna clase de escrúpulos.

¿Cual es la causa por la cual, no obstante todas la contrariedades conocidas y palpables en la vida diaria, tal o cual familia, cierra los ojos, y empieza o continúa el natural rito de la fecundación?

En nuestros días, es sabido que grupos inmensos dominados por un enceguecedora religión, consideran como obligación natural el nacimiento de más y más hijos. Al punto tal de expresar:   ¿Cuántos hijos?, cuantos el supremo nos dé. 
No existe siquiera la duda, la interrogación, así es, así deben proceder y así proceden.

Y los que ninguna religión *los obliga*, los que por si mismos actúan y proceden haciendo caso omiso de la realidad. ¿Qué fuerza extraña influye sobre sus mentes?

Quizás debemos suponer que la misma sociedad que nos protege, nos indica cual es la manera de proceder, la que dicta esas leyes no escritas, y por consecuencia también nos *obliga* a cumplir.

Tal vez es algo más profundo, algo que nace con el hombre, en sus genes, que permite  reaccionar en forma tal que su proceder es una respuesta a su fracaso como miembro de la sociedad y lo único que le resta es hacerse valer, como hombre, realizando lo que sabe hacer y en forma correcta: ¡Procrear!


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Una de esas mañanas





Sentado en el acostumbrado lugar frente a la mesa, aquí, en mi jardín de ensueño. El sol en su apogeo. El follaje del jacarandá brinda un manto de frescura sobre todo el contorno.

En un costado de la mesa deposité la jaulita, domicilio particular de la parejita de los *príncipes del amor*, diminutos pajarillos; ella blanca como un capullo de algodón, y él, siempre a su lado , de un grisáceo aterciopelado.
Para ayudarlos con la temperatura reinante, coloqué un pequeño recipiente con agua; y ahí andan contentos, entran y salen de su pileta de natación. Eso sí, uno por vez, el otro espera afuera: centinela. Al terminar el baño, saltan hacia la varilla más alta, y comienza la sección limpieza y secado. Con maestría innata, con el piquillo separan una a una las alitas para introducir y eliminar cualquier posible suciedad. Un deleite a los ojos del observador.

Hoy descubrí que en una de las horquetas del árbol, una junta de torcazas construyeron allí en lo alto, su nido. En estos momentos, él o ella, en su asiento sobre el nido me ofreció su mirada. Mantengo la mía. Quiero entender que me pregunta si la molestaré. -No chiquilla, ten calma, estoy aquí para cuidarte- Creo que me entendió, ni se movió.

Kyra, mi perra, está sentada a mis pies, como siempre. Soñolienta. Deja que el tiempo pase.

Una sensación de tranquilidad sumerge todo el natural ambiente en un estado como latente. No es fácil describirlo en simples palabras.

Los pájaros que llegan a visitar, se posan por ahí en los arbustos, descansan en su trajín de vuelos inquietantes; sus trinos regalan a mis oídos una melodía sin igual, que, me atrevo a decir, endulza todo mi cuerpo.
Y aquí estoy sentado compartiendo mis pensamientos y sensaciones. ¡Ah...!


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martes, 21 de octubre de 2014

Odio






¿Es posible explicar el Odio?

¿Es congénito o se aprende a odiar?

Y de ser consecuencia de un aprendizaje, ¿todo humano es propenso a complementar los estudios?

El odio enceguece, anula los sentimientos,y trae aparejado la desaparición de las lógicas.

El hombre por lo tanto, actúa en forma irracional, sencillamente la mente se bloquea.

¿El instinto prevalece?

En consecuencia, el hombre deja de ser tal, para convertirse en una máquina.

Interesante saber si entre los animales ¿se manifiesta el odio?; en caso de ser afirmativo, deducimos que es producto de los genes.

Cabe la posibilidad de odiar no sólo a otros hombres, sino también ideas, concepciones, y en dicho caso, ¿cómo se procede?

Me atrevo a catalogar al Odio, como una clase de violencia.

¿Es probable encontrar un antídoto capaz de exterminarlo?

Fue comprobado, a lo largo de la historia convencional, que el odio tiene facultades propicias para permitirle pasar de generación en generación.

¿Aceptaríamos que un escritor, un poeta, pintor, músico u otro artista, odie mediante sus creaciones?

En síntesis:

*El ODIO, siempre nos acompaño, desde que el mundo es mundo.

*Aumenta con la expansión de ideologías extremistas, que bajo tales influencias se convierte en epidemia, imposible de erradicar.

*Creencias, búsqueda de salvación espiritual, adoración de un gurú, conforman caminos que suelen, en la mayoría de los casos, acortar las distancias para consolidar en un odio generalizado, a otros semejantes.

La incógnita que intriga:
¿Es capaz, el que odia, llegar a terminar con la vida del odiado?

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Para concluir

Arrojo mi anhelo a los siete cielos, para que el afecto, el cariño y el amor sean los únicos gobernantes de este enfermo planeta.


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